Veamos ahora el tema del respeto a los padres en nuestra serie:

“PRODUCIENDO LO BÁSICO”


 

Hijos que respetan a sus padres y superiores

Este aspecto, al igual que el anterior, debe ser característico en todos los hijos cuyos padres son salvos.  Debe comenzar con el respeto de los hijos hacia los padres, de donde aprenderán a respetar a otros. 

El hijo que no aprende a respetar a sus padres tampoco aprenderá a respetar a nadie, a menos que sea de la manera más difícil.

En el ambiente del hogar, el respeto a los padres implica el comportamiento debido de los hijos hacia ellos, en un espíritu de sumisión, solicitud y veneración como la honra debida, a la luz de Efesios: 6:2, que nos dice:

Honra a tu padre y a tu madre…

En otras palabras, sus actitudes, sus acciones y reacciones, lo que dicen y cómo lo dicen, ya sea que sus padres estén presentes o ausentes, deben ser tales que en nada deshonren a los mismos con salirse de sus casillas en una actitud de rebeldía. 

Realmente, las posibilidades de lograr que nuestros hijos sean moldeados así, a pesar de un tiempo como este, son altas si se hace según Dios con la seriedad y diligencia debidas. 

Sin embargo, esto no se logra de la noche a la mañana.  Se requiere primeramente la visión de la importancia de esto junto con la determinación para producirlo, cueste lo que cueste. 

El respeto de los hijos
Jesús aprendió el valor del respeto a los padres

Por más que demande, haciendo nuestra parte en obediencia a Dios, podemos producir hijos que:

  1. Respondan con diligencia (no cuando les dé la gana) cuando los llamamos, y de la manera debida; como por ejemplo: “Sí, papá” o “Sí, mamá” o aun “Sí, pastor”; y asimismo con otros en posiciones de autoridad. Dicho sea de paso, cada vez que a un niño hay que llamarlo varias veces antes de que responda, ya con esa actitud está mostrando señales de irrespeto.
  2. Se dirijan a nosotros en términos de “papá” o “mamá”. No es propio acostumbrarlos a que nos llamen por nuestro nombre, como si ellos estuvieran al mismo nivel o superior que nosotros, o como si ellos fueran nuestros padres.
  3. Cuando les hablemos, nos miren y permanezcan allí hasta que hayamos terminado, y acusen recibo de lo que les hayamos dicho, después de lo cual puedan retirarse cuando se lo concedamos.
  4. Se mantengan en silencio cuando los corregimos, o les asignamos algo que en el momento no quieran hacer, a no ser que lo que necesiten decir sea justificado, y con el espíritu correcto. En otras palabras, que no sean respondones ni murmuradores.  Esto aun implicando sus expresiones faciales.
  5. Sepan esperar hasta cuando terminemos de hablar para entonces ellos hablar; lejos de interrumpirnos arbitrariamente cuando les venga en gana.
  6. Mantengan la actitud de temor reverente cuando los lidiamos con cierto grado de seriedad, lejos de reírse y relajear cuando la atmósfera no se presta para aquello. Estamos hablando acerca de la necesidad de percibir la seriedad del momento.
  7. Bajo ninguna circunstancia se atrevan a alzarnos la voz, y mucho menos la mano.
  8. Respondan verbalmente, y no sencillamente con la cabeza, cuando se les pregunte algo.
  9. Cuando están distantes, si nos necesitan, que sean ellos los que vengan a nosotros, a menos que la situación amerite que nosotros vayamos a ellos.
  10. Perciban que el hecho de que seamos sus padres no les da la libertad de jugar con nosotros de cualquier forma (física o verbalmente); como por ejemplo, burlarse o decirnos nombres. A propósito, añadimos que de ninguna manera juegue con su hijo “pegando”, independientemente de la edad que tenga.

Estas son algunas normas relacionadas con el respeto de los hijos hacia los padres que muchas veces se pasan por alto, y créalo o no, se originan grandes lamentos y dolores de cabeza cuando su implementación se ignora, ya sea deliberadamente o no.  Muchas situaciones amargas que frustran la producción de la tierra de miel provienen de la falta de uno o varios de estos aspectos.

Gran parte del problema radica en la incapacidad de detectar esas actitudes de irrespeto en los hijos desde temprana edad.  Son interpretadas como juegos, relajos o confianza, mientras que paulatinamente se va desarrollando ese mal cuyas manifestaciones van en aumento; y luego, cuando ese padre o esa madre se dan cuenta—ya sea porque por primera vez se le alzó la voz o la mano—ya es demasiado tarde para ejercer el control.  Seamos vigilantes y esforcémonos para frenar en una manera definitiva este mal.

Ahora, la idea no es la de forjar sus vidas a la fuerza mediante una disciplina militar, pero más bien instarlos con suficiente consistencia, mediante el entendimiento, la sabiduría de Dios y el desarrollo de la relación de amor, a la formación del espíritu de respeto en ellos.

El desarrollo de esta cualidad como lo característico en ellos añadirá, al paso de los años, a esa condición de tranquilidad y satisfacción en la relación con nuestros hijos, y los llevará muy lejos, con bendiciones incalculables, no solo en términos personales, pero aun en beneficio de otros.

Procuremos velar porque se preserve la cadena de mando entre nuestros hijos.

Quisiera también recalcar que el respeto se debe aplicar entre hermanos en la familia. 

No es bueno que el menor irrespete al mayor; por otro lado, tampoco es correcto que el mayor se aproveche y abuse del menor, quien también merece respeto. 

Procuremos velar porque se preserve la cadena de mando entre nuestros hijos.  Esto resultará en un gran beneficio, especialmente cuando estén solos, y el mayor—o la mayor—deba asumir el mando. 

En ocasiones me encuentro lidiando con Charles, el menor en la familia, cuando trata de asumir ciertas posiciones que no le competen, especialmente cuando tiene que ver con repartición de comida.  Tengo que recordarle que él fue el último en hacer su aparición y formar parte de esta familia.

Ahora, todo esto del respeto eventualmente produce también en ellos ese sentido de veneración y atención a sus superiores. 

Me refiero a esa conducta donde no se pasan de la línea bajo circunstancia alguna, diciendo, por ejemplo: “Usted no es ni mi papá ni mi mamá para regañarme”. 

Dóciles para recibir corrección o disciplina de otros aparte de nosotros, sus padres.  Esto incluye a los pastores, maestros, hermanos; tanto en la atmósfera de la grey como en las escuelas, adultos en general, tíos abuelos, y así podríamos seguir. 

Nuestra actitud de llevarlos a una condición en la cual aprendan a apreciar al ministerio y al resto de los hermanos, juntamente con la participación de la grey en considerarlos, tratarlos y velar por ellos, y repito: en la sabiduría de Dios– pavimentarán el camino para el logro de esto.

Este artículo ha sido un extracto del libro “PRODUZCAMOS LA TIERRA DE MIEL”.

Las imágenes no forman parte del libro. Algunas imágenes han sido tomadas de: FreeBibleimages.org