Desde pequeño llevaron a Manuel a la iglesia de Dios.
Él fue salvo y bautizado entre los 10 y 12 años, pero ocurrieron situaciones en su familia y él se desvió de la senda del Señor. Sin embargo, a los 31 años decidió volver y tomar las cosas muy en serio.
Dado que su padre no conocía al Señor, hubo una separación en el hogar y él quedó viviendo con su papá. Sin embargo, manifiesta que el conocimiento de Dios quedó en su mente.
Estando en aquella condición, comenzó a ir tras lo que el mundo ofrece, como placeres y fiestas, pero siempre le registraba algo en su mente: “estás haciendo mal”, por lo que llegó un punto en donde decidió volver a la iglesia de Dios.
Manifiesta que el mundo te ofrece muchas cosas, pero nada de ello es permanente o trae felicidad. Por el contrario que uno se va envolviendo más y haciéndose mucho más daño, y a la hora de regresar a Dios, la carga es mayor.
Durante los años que estuvo apartado de la voluntad de Dios, él siempre le pedía a Dios en la noche diciendo: “Señor, no dejes apagar esa llama que hay en mí”, refiriéndose al conocimiento que él tenía de Dios.
Al retornar a Dios, su deseo no es solamente quedarse sentado, sino de colaborar en el reino de Dios, cosa que ha estado haciendo ayudando a los hermanos según las oportunidades que tenga.
Al finalizar, apela a los jóvenes que conocen acerca de Dios pero que aún no lo han aceptado diciéndoles que “no echan más carga al saco para que luego les pese más”.