La naturaleza carnal, aquel legado que dejaron nuestros primeros padres es la raíz de todos los males.
El mismo se produce en el individuo desde el vientre de su madre.
Antes de seguir leyendo acerca del viejo hombre, asegúrese de ver completo el video arriba.
Veamos lo que dice Salmos 51:5 sobre el legado de la naturaleza carnal: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.”
La gran mayoría del mundo religioso no contempla lidiar con el viejo hombre, por lo que los nuevos convertidos continúan viviendo una experiencia de salvación incompleta, constantemente pecando y pidiendo perdón.
Así pues, como esta enseñanza no es contemplada, al no destronar o quitar el viejo hombre después del arrepentimiento, muchos naturalmente siguen en pecado y en actitudes carnales.
Y mientras la naturaleza carnal se mantiene, el individuo seguirá pecando y pidiendo perdón. Y volverá a pecar, y volverá a pedir perdón.
Si bien el individuo no tiene poder para vencer este espíritu en sí mismo, existe una solución en Cristo Jesús quien no solo vino para perdonar nuestros pecados sino para librarnos de estos de forma permanente
Para erradicar esta naturaleza carnal, se requiere la segunda obra divina, lo cual llevará al individuo a un cese permanente de la práctica del pecado.
Veamos ahora dos aspectos de la naturaleza carnal:
- La naturaleza carnal es el espíritu que se rebela contra Dios y contra todo lo que Él dice, el cual heredamos de Adán.
- La naturaleza carnal vive en el espíritu del hombre:
Romanos 7: 17-21
Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.